Una diminuta gota
de sudor lamió la nuca de Maya.
La última pulla de
Dylan Malone la había dejado fuera de combate, mandando al infierno toda su
bien entrenada mordacidad.
El problema
radicaba en que, le gustara o no, sabía que el imbécil sonriente que la
observaba con la burla brillándole en los ojos tenía toda la razón. O sea, sólo
necesitaba echarse una ojeada a sí misma para saber que jamás se había
encontrado en una situación tan deprimente; el cabello erizado y enredado, la
piel húmeda y sucia, los músculos adoloridos y los dedos morados por la falta
de riego sanguíneo. Llevaba varios días, de hecho, sumida en esa especie de
trance oscuro.
Por eso boqueó
como un pez fuera del agua sin saber qué contestar; con la rabia bullendo a
fuego lento bajo el peso de la sonrisita petulante de Dylan, que crecía y
crecía conforme pasaban los segundos.
—No tienes ni idea
de lo que hablas, estúpido—le espetó al final retomando su camino.
—¡Vaya, eso me ha
dolido! —escuchó a sus espaldas, acompañado con el rechinar de un par de llantas
sobre el camino. —¿Estúpido? ¡No sabía que pudieras ser tan cruel, chica!
El balanceo de las
pesadas bolsas plásticas le daba un interesante movimiento a las caderas de la
joven. Dylan no perdió detalle, la observó de arriba abajo con la cabeza
ladeada y el estómago tenso por la diversión.
—Aunque pensándolo
bien—dijo mientras apagaba el motor y comenzaba a empujar la moto con las
piernas—, si fuera tú no me preocuparía mucho por tu nuevo empleo.
Maya apretó los
dientes y lo ignoró.
Sabía que nada
coherente, formal o decente podía salir de esa boca.
Y tenía razón.
—El servicio doméstico
tiene mucho futuro, ¿sabes? —Continuó como si le hubieran dado cuerda. —Piensa
en los millones, ¡qué digo!, billones de montones de basura que hay en el
mundo. Y eso sólo en las calles, ahora saca la cuenta de toda esa gente vaga
que pasa de limpiar sus casas. Podrías hacerte rica recogiendo mugre…
El suspiro
irritado de Maya le levantó la mata de cabello que colgaba lacio de su frente.
—Además de que
podríamos implementar ciertos cambios de vestuario—terminó Dylan con los ojos
clavados en las curvas de la chica. —Ese sexy culito tuyo se vería genial con
un traje de mucama francesa.
Maya soltó un
gritito de remilgada indignación y opacó,
con grandes esfuerzos, las ganas de arrojar los paquetes y cubrirse con las
manos cierta parte de su anatomía. Sin embargo no lo hizo. En el fondo estaba
segura de que, por suerte, su ropa interior con estampados de cerezas rojas
estaba a salvo de ese pervertido.
—¿Tu tía recibe
una paga por ti, o la idiotez crónica aún no está homologada? —, le preguntó
deteniéndose y girándose para encararlo.
—Touché—aplaudió el muchacho—vas
mejorando.
—¡Gracias!—contestó
ella, venenosa—pero el merito es todo tuyo. Has pasado de estúpido a idiota en
unos minutos. Deberías estar orgulloso. —Sin apenas darse cuenta avanzó hacia
él. —O mejor aún ¿por qué no corres a casa y lo escribes en tu diario? Querido diario—comenzó con una falsa voz
ronca—, hoy he batido mi propio récord de
torpeza, me siento tannn bien.
Dylan sonrió con
los ojos entrecerrados.
—¿Escribes un
diario?
Maya, que había
dado rienda suelta a toda la rabia acumulada, enmudeció.
—¿Qué? —inquirió
confusa, retrocediendo a su posición anterior.
—Apuesto a que sí—murmuró
calculador.
—No, no lo hago—mintió
ella arrebolada. Dato que, por supuesto, no pasó desapercibido para él.
—Oh sí, sí que lo
haces. ¿Y qué escribes en él?
De pronto Maya
perdió todo el interés por esa
conversación y se giró con la barbilla bien alta. No existía fuerza en el mundo
que la obligara a hablar sobre las páginas de su pequeño diario íntimo. Puede
que mezclar su nombre con el apellido de Carl se le antojara encantador, pero
estaba segura de que la población de Lodden tendría otros adjetivos para eso;
cursi o ridículo encajarían bastante bien. A su favor debía decir que la última
vez que había escrito algo tenía doce años.
Ignorando la
presencia que tenía a su espalda se dio la vuelta y lanzó una mirada anhelante
a la pequeña granja que se perfilaba contra el sol del medio día. La sangre
había vuelto a sus dedos entumecidos con un ligero cosquilleo, cosa que
agradeció.
Dylan sin embargo
no iba a dejar pasar una oportunidad como esa.
—Seguro que has
escrito sobre mí, ¿no es cierto?—aporreó acarreando la moto con presteza detrás
de ella.
—Déjame en paz—le
espetó sin dignarse a mirarlo.
—Vamos, chica. Si
salgo yo, tengo derecho a saber en qué posición. Es lo justo.
—En ninguna buena,
de eso puedes estar seguro.
—¡Entonces sí que
salgo ¿eh?!
Maya bufó.
—¿Por qué iba a
perder mi tiempo escribiendo sobre alguien que no me interesa en absoluto?—explicó sin detener el paso o girar la
cabeza. Estaba empecinada en no volver a mirarle, ya que él le había impuesto
su molesta compañía.
Y no, no era por
el detalle que había descubierto en su cara petulante. Cuando Dylan había
sonreído, Maya se percató que sus dientes frontales no eran del todo rectos; la
paleta izquierda estaba sutilmente inclinada sobre la derecha. Le resultó
irritante comprobar que ese pequeño defecto le daba un tenue aire travieso.
Atractivo.
¿Por qué no
lograba encontrar algo grotesco o desagradable en aquel rostro burlón? ¿Qué
cable se había fundido en su cerebro para que, a pesar de todo, pudiera seguir hallando
atrayente al único chico que despertaba instintos homicidas en ella?
—Debería
denunciarte, estás tratando de hundirme psicológicamente—le dijo él falsamente
dolido.
—Hazlo. Y ya de
paso, cuando vuelvas puedes ahogarte en el río.
La expresión de
Dylan cambió cuando se dio cuenta de que ella hablaba completamente en serio.
Usualmente no solía ser tan indiferente al género femenino, y la aparente
insensibilidad de Maya hacia sus encantos escoció en el centro mismo de su ego.
—Prefiero no
volver a mandarte a la cárcel, chica. El reformatorio podría hacer papilla a
alguien como tú.
Maya encajó el
golpe con entereza. Odiaba que la gente volviera una y otra vez al mismo tema,
pero que fuera precisamente él, ese paleto marginal el que se lo recordara era
casi intolerable.
Casi. Porque no
pensaba darle el gusto de verla quebrarse.
—Tú debes saberlo
bien. ¿Cuántos años has pasado entre rejas? ¿Uno, dos?—preguntó manteniendo el
paso.
Sin darse cuenta
habían llegado a la granja de Anne Cavanaugh, que la esperaba con el ceño
fruncido y un sermón en la punta de su lengua.
Maya empujó la
verja blanca y, por primera vez desde el tema traje de sirvienta francesa, se encontró frente a frente con
Dylan.
—Digan lo que
digan, no fue suficiente.
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La vida de Dylan
Malone había sido dura desde sus inicios.
Su madre, Jenna,
había tratado de huir con él cuando apenas tenía dos meses. Como cabe esperar,
para una ingenua chica de dieciséis años que había descubierto que el amor
también podía esconder una cara cruel, el escape no salió bien. La policía la
halló una semana después escondida en los baños públicos de una estación de
tren, deshidratada y casi al borde de la inanición. Jenna había tratado de
subsistir a base de la poca ayuda que la iglesia cercana le proporcionaba diariamente,
pero, aunque había sido suficiente para alimentar a su pequeño bebé, no bastó
para ella.
Murió dos semanas después
en un hospital de Chicago por una infección grave en los puntos de sutura que
había recibido durante el parto.
Dylan terminó en
los brazos de su padre, Gerald Malone, del que aprendió que en el mundo no
había espacio para los débiles.
—Golpear o ser golpeado—decía a menudo
con el aliento apestando a alcohol y los ojos inyectados en sangre.
Dylan solía
escuchar sus balbuceos de borracho escondido en el pequeño sótano de la casa,
el único lugar en el que podía dormir tranquilo sin riesgo de ser despertado
por los puños de Gerald.
La vida le enseñó
a sobrevivir por sí mismo antes de saber si quiera el significado de esa
palabra.
Se había visto en
la calle, sin un solo centavo, muerto de hambre y tiritando de frío. Y lo único
que lo separó del mundo turbio y oscuro en el que Gerald se movía con tanta
fluidez fue el férreo orgullo que suponía, aunque no tenía datos para
comprobarlo, había heredado de su madre.
Por eso el rechazo
de Maya, incluso si le resultaba divertido, hacía arder su sangre.
Después de dejar
la moto en el atestado garaje de la casa de Anne lanzó una mirada hacia el
porche. Su tía estaba sumergida en uno de sus ataques melodramáticos y su
víctima, una apocada Maya, parecía al borde del colapso.
—…¡Casi dos horas!
¡Dos horas! Y ese Li, viejo desagradable, negándose a darme una razón de tu
paradero. Digo yo que después de la propinita
que le has dejado, podía haberse mostrado más amable conmigo. —Maya parpadeó con los ojos clavados en la
madera pulida del porche. Se había olvidado completamente de que Anne le había
exigido el vuelto completo. — ¡Trae aquí! —la anciana, intuyendo que no
recibiría respuesta ante su calderilla perdida, le arrebató un par de bolsas y
escrutó en su interior con los labios blancos de ira. —¡Mira estos huevos,
están todos rotos! ¿Y la coliflor? ¡Para tirar!
—Señora Cavanaugh,
lo sie…
—¡No, no, no! No
me vengas con excusitas niña insolente—la cortó agitando uno de sus huesudos
dedos frente al rostro sonrojado de la muchacha. —Y luego querrás cobrar,
claro. Para recibir dinero sí que estáis todos dispuestos, pero cuando se trata
de trabajar…
—Pero señora si yo
no co…
—¡Te he pedido que
te calles! —continuó rescatando el resto de la compra con una fuerza desmedida
para una mujer de su edad. —¡Así va el país! La vagancia se extiende y nos
atrapa como la tela de una araña a una pobre mosca indefensa…
Maya abrió los
ojos de par en par ante el derroche teatral de Anne. Parecía una actriz de
segunda en mitad del casting más
importante de su vida. Incluso tejió una red imaginaria y usó su exiguo pulgar
para darle vida a la mosca protagonista.
Dylan, con el
pecho temblándole por la risa contenida, avanzó hasta ellas e interfirió en la
perorata de su tía.
—En realidad, la
culpa de su retraso ha sido mía, Anne.
La anciana los
observó con los ojillos entrecerrados.
—¿Y eso por qué?
Dylan se encogió
de hombros. —La encontré hace un rato en la senda—explicó, señalando con
vaguedad hacia el sur—, nos pusimos a hablar y…ya sabes.
Maya no daba
crédito a sus oídos.
¿Por qué, en el
nombre de Belcebú y todos sus esbirros, el paleto marginal estaba
defendiéndola? Y lo más alarmante ¿por qué eso
le gustaba tanto?
Debería estar
enfadada con él por su última y cruel bromita ridícula. Y en vez de eso su
estómago traidor comenzaba a llenarse de un líquido cálido y dulce.
¿Quién es ahora la estúpida? —pensó.
Anne Cavanaugh paseó
su mirada de uno al otro atentamente y después, con todo el descaro que la
caracterizaba, abrió la boca para preguntar:
—¿No estaríais
haciendo guarrerías verdad?
Maya pensó que el
calor de su rostro incendiaría toda su cabeza. A la vez que ella negaba con
desesperación, Dylan reía gustosamente.
Solo su tía podía
soltar una bomba así y quedarse tan tranquila.
—La chica es
decente, Anne—murmuró y esperó a que su tía volviera a la casa entre
inteligibles refunfuños, para regalarle un guiño a Maya.
Después giró sobre
los talones de sus destrozadas zapatillas y se marchó.
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El sol se había
escondido entre las montañas para cuando Maya terminó la jornada.
Durante del resto
del día confirmó sus sospechas: Anne Cavanaugh no quería una persona que
pintara su bendita verja, deseaba un esclavo al que maltratar e irritar por los
siglos de los siglos.
Le había ordenado
colocar los alimentos que había comprado por fecha de caducidad en el
frigorífico y después, cambiando de opinión repentinamente, por orden
alfabético.
Cuando Maya se
atrevió a señalar que ningún huevo, como Anne había chillado, estaba roto, la
anciana la reprendió por ser una niñita
insolente y entrometida.
Durante el
almuerzo la obligó a levantarse tres veces de la mesa para comprobar si había
llegado correo y más tarde se vio embutida en un par de guantes de goma
limpiando el baño.
Preparó dos jarras
de limonada, una bandeja con bocadillos de pollo y lechuga y le sacó brillo a
una recargada cubertería de plata y marfil.
Todo eso aderezado
por casuales visitas de Dylan que, aunque no le volvió a dirigir la palabra, la
miraba con burla y la agobiaba con su opresora presencia.
¡Vaya! Podía decir
que había tenido un día ocupado y se
quedaba corta.
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Amanda no estaba
en casa cuando abrió la puerta.
Sin embargo Nel
sí.
—¿Qué estás
haciendo aquí? —inquirió sorprendida. —Y ¿cómo has entrado?
Nel rodó los ojos
y se llevó las manos a las caderas.
—Siempre dejáis la
puerta de atrás abierta. ¡¿Qué diablos pasa contigo, Maya?! Te he mandado un
montón de mensajes y no has contestado ninguno, tampoco a mis llamadas. ¿Acaso
he atropellado a tu gato y no me he dado cuenta?
Maya pasó al lado
de su mejor amiga y fue directa hasta el frigorífico, lo abrió y sacó un par de
latas de soda heladas.
No tenía ganas de
discutir, por lo que decirle que el comentario del primer mensaje de texto le
había sentado como una patada en las tripas no era una opción.
—Lo siento,
Nel—murmuró en cambio. Arrancó la chapita metálica con un chasquido y se llevó
el dulce líquido a los labios. Tenía la garganta tan seca como un trozo de
cuero. —He estado ocupada, por si no lo habías notado.
Nel la observó de
arriba abajo y apretó los labios.
Tenía pensado
regañarla por su falta de interés por ella, pero viendo el aspecto que
presentaba decidió dejarlo pasar. Maya lucía realmente mal. Y olía muy raro,
como a limpiador de limón, polvo y bolitas de alcanfor.
—Da igual.
Permanecieron en
silencio un rato, pero Maya notó en la postura tensa de Nel sus ganas de
comenzar con las preguntas.
Suspiró con
resignación, apoyó la bebida contra la mesa y se cruzó de brazos.
—Venga, dispara.
—¿Qué? —preguntó
inocentemente la interpelada.
—Vamos, sé que lo
estás deseando.
—Yo no…—comenzó
Nel con fingida indignación. Pero su pequeña declaración contra los chismes
locales murió antes de comenzar. Lo cierto era que rabiaba de curiosidad. —Vale—aceptó
al fin. —¡Cuéntamelo todo, con detalles! ¿Te llevaron esposada? ¿Te hicieron
vestir uno de esos monos naranjas fosforescentes? ¿Está el Sheriff tan bueno de
cerca como de lejos?
A pesar de lo
cansada que Maya se encontraba, no pudo más que reír ante el brillo de los ojos
de Nel y el movimiento sugerente de sus cejas perfiladas.
Ese largo día no
se iba a terminar tan fácil, al parecer.
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Disculpas por el retraso. Espero que les guste. Dejen sus comentarios, siempre es bueno saber cómo les va pareciendo esta historia. !Besos!
Como siempre gracias a Ele y Eri, sois geniales, y a todos los que se dan el tiempo de dejarme su impresión del capítulo.
Wolas!!!
ResponderEliminarMe encanto el duelo de ingenio entre Dylan y Maya, fue muy divertido aunque a Maya no se lo pareciera XD. Aunque pueda parecer raro el personaje de Anne me esta gustando mucho, pese a las obvias manias que tiene XD.
Espero leerte pronto.
Ciaoooooo!!
Hola!! me encantó el capítulo, tu historia es tan atrapante que no puedo evitar leer apenas actualizas, pero no dejé comentario ayer, porque tenía que estudiar y quería escribirte con más calma.
ResponderEliminarMe gustan mucho Maya y Dylan, sobre todo por la forma en que pelean, ya que ambos apelan al ingenio del otro, no se trata de esas discusiones en que simplemente se tratan mal...
Creo que la pesadilla de la pobre Maya recién comienza, ¿verdad?... al menos eso creo yo... espero que nos leamos pronto, saludos :)
Hola!! capítulo fabuloso jajajajaajaj Eso del lo bueno que esta el sheriff me tiene risueña. Dylan, Oh Dios!! Esta se esta mejorando cada día mas....sigue así
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